La pandemia por el covid-19 ha generado muchas reacciones. Puso de relieve cosas buenas, algunas no gratas y, sobre todo, ha destacado muchas y serias deficiencias en el país, que afectan gravemente a la ciudadanía. Es importante mencionarlas, ya sea para potenciarlas o con ánimo de buscar remedio.

1. Hemos presenciado maravillosas muestras de solidaridad en instituciones, empresas y personas, dando dinero, tiempo, iniciativas, dentro de sus competencias y posibilidades, poniéndose de manifiesto actitudes generosas y abiertas a las necesidades de los demás. También el Estado lo ha hecho. Dentro de sus competencias naturales, lo hizo bien: con normas para otorgar créditos y facilidades a personas y empresas. Pero no tan bien en el reparto de canastas u otros bienes que fácilmente caen en distorsiones y que, en definitiva, no le es propio: mejor que dar un pez es enseñar a pescar.

2. El castigo a lo formal. Quienes viven en la informalidad son los que especialmente sufren en esta pandemia: sin trabajo, ni CTS, ni AFP, ni acceso al crédito, ¡ni casi nada! Tienen una gran capacidad de hacer, pero huyen de lo formal como del diablo: lo formal es una carga insoportable, que les quita lo poco que ganan. ¿Aprenderemos a fomentar la formalidad y evitar bombardear con regulaciones, controles, resoluciones y demás a quienes quieren ser formales?

También, en época de crisis, salen a la luz las diferencias entre la buena y la mala empresa. Surgen y destacan las voluntades nobles y generosas, pero también aparecen las de rapiña… El aplauso o rechazo ciudadano es su merecida recompensa.

3. Ineficacia en buena parte de la administración pública. Conocemos, y conozco, instituciones y empresas públicas que gestionan bien: allí están tantas buenas prácticas en Gestión Pública como ha destacado Ciudadanos al Día: funcionarios públicos que quieren ser eficientes pero que chocan con el “no se puede”, el “no te metas”, el “ojo con lo que firmas” o el insidioso “para qué complicarte la vida”.

Junto a lo bueno, lo malo: no se sabe si sobran o faltan camas, si son 40 o 18, si están aquí o allá; si los beneficiarios del bono son unos u otros… ¡Qué capacidad tiene el Estado de enredarse y enredar! Qué enorme distancia hay entre una decisión y su ejecución: es fácil enunciar, pero qué difícil realizar. El Estado debe promover, alentar, guiar, pero tiene que dejar hacer a los individuos, sean personas naturales o jurídicas. ¿Qué diríamos de un réferi que está constantemente deteniendo el partido sancionando todo? Desluce el juego. Puede hacerlo, sí; pero no debe hacerlo; lo lógico es que deje jugar. Eso sí: mano en el área es penal.

En esta pandemia es incuestionable la grave dificultad de la administración pública para gestionar bien; su incapacidad es, en buena parte, la causante de pérdidas económica, de oportunidades y, lamentablemente, hasta de vidas humanas.

Gestionar bien, dirigir, gobernar tiene algo de ciencia, algo de arte y mucho de sentido común. ¿Por qué el Gobierno no convoca a los representantes de los sectores y juntos trazan un plan de reactivación coherente, sensato, simple y eficaz? La soberbia es garantía de mal gobierno, y si se acompaña de mediocridad e incompetencia, la mezcla es paupérrima. Una de las más notables fortalezas de la iniciativa privada es esta capacidad de hacer y, ordinariamente, de hacer eficaz y eficientemente.

Ojalá que de esta pandemia aprovechemos tantas lecciones que nos está permitiendo ver.

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José Ricardo Stok
Director del Senior Executive MBA y del Programa de Especialización para Directorios
Publicado en el diario Gestión el día 26 de mayo del 2020

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