“En pocas semanas, la gran quimera de un mundo materialista que se creía todopoderoso parece haberse hundido. He aquí que un virus microscópico ha puesto de rodillas a este mundo que se contemplaba a sí mismo ebrio de autosatisfacción porque se creía invulnerable. La economía se ha hundido y las bolsas caen en picada. Hay fracasos por doquier”. Así se expresa con tajante claridad el cardenal Sarah.
Y, en esta nueva y desconcertante realidad, el gran debate nacional parece ser en estos momentos la disyuntiva que encabeza estas líneas. Es evidente que la salud es un bien mayor, que está por encima de lo material; en este sentido, parece que la cuarentena parecería un medio necesario. Sin embargo, se demuestra que no es suficiente, y que, al mismo tiempo, es causa de muchos inconvenientes y serios transtornos: los casos de descoordinación y de corrupción (que en estas circunstancias son especialmente graves y deplorables).
El ser humano, que es libre y quiere vivir en libertad, acepta este encierro que, a modo de voluntaria prisión preventiva, nos ha tocado vivir. Ahora nos lamentamos al observar el caos y el deterioro en el sistema de salud, resultado de años de descuido en él. ¿De qué nos sirve ser una de la mejores economías latinoamericanas, si nuestra sanidad no lo es? Como tampoco lo son la educación, la infraestructura… Hemos tenido y tenemos suficientes recursos económicos, pero nos falla algo muy sencillo, aunque fundamental: la ejecución. Así como se dice que “cash is King”, propongo que nos percatemos de una buena vez de que “execution is magic”: porque es la que permite que las cosas se hagan, como se desea.
La falta de capacidad de inversión (y de inversión buena) en muchos niveles de gobierno (nacional, regional, municipal) es una cachetada a una condición absolutamente necesaria en cualquier gobernante o directivo. También dentro de organizaciones privadas constatamos que los mejores planes y estrategias se vuelven ineficaces, humo, sin una buena implementación. Esta actividad es clave y se le debe de prestar mucha atención, y ha de estar a cargo de personas bien dotadas para ella.
Pero volvamos al dilema: economía o salud. ¿Cómo es posible que una economía basada en el intercambio y el comerico pueda subsistir sin funcionar? No olvidemos que el trabajo es la vitalidad de una nación. ¿Cuánto tiempo tardará el país en volver a funcionar al nivel anterior? Y no busquemos la solución en el teletrabajo, que es practicable tan solo para el 14% de los trabajadores (en Estados Unidos es el 37%). La reciente encuesta de Apoyo es dramática: el 42% de los peruanos se ha quedado sin trabajo… ¡Pronto será el 50%!
No, señores: el dilema no es conomía o salud: debe ser economía “y” salud. No son antagónicas, sino complementarias. ¿Cómo lograrlo? “Pensá”, diría el entrenador de la selección de fútbol; y yo añado: convoquen a quienes puedan, leal y desinteresadamente, ayudarlos.
Hay que poner en marcha cuanto antes el aparato productivo manteniendo los cuidados necesarios (distanciamiento, controles sanitarios, mascarillas, etc.); hay que potenciar con creatividad el sistema de salud.
Y termino volviendo al cardenal Sarah: “Cuando todo se desmorona, solo quedan los vínculos del matrimonio, la familia y la amistad. Hemos descubierto de nuevo que somos miembros de una nación y, como tales, estamos unidos por lazos invisibles pero reales. Y, sobre todo, hemos redescubierto que dependemos de Dios”. Con optimismo, creatividad y sensatez, con trabajo honrado, con esperanza.
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José Ricardo Stok
Director del Senior Executive MBA y del Programa de Especialización para Directorios
Publicado en el diario Gestión el día 28 de abril del 2020
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